Llevamos casi 40 días de confinamiento en nuestras casas como medida para evitar la propagación del coronavirus y, por consiguiente, de sus consecuencias. Hemos reaccionado como una sociedad realmente madura al adoptar todas las recomendaciones que nos han ido dando. Incluso hemos supeditado determinados valores culturales al bien colectivo que representa la contención de la pandemia y de sus efectos en nuestro sistema de salud. Hemos tenido claro cuál era nuestro objetivo principal incluso si, de alguna forma, hemos tenido que renunciar a ciertos derechos adquiridos o reordenar la importancia de algunos de nuestros valores sociales.
Así, durante estos días, además de modificar y posponer nuestros rituales de homenaje a las personas que han fallecido, se nos ha prohibido visitar y acompañar a las personas en situación de final vida, impidiendo, de esto modo, su despedida. Partiendo de la absoluta convicción de que las medidas adoptadas eran, no solo necesarias, sino las más oportunas para combatir a la COVID-19, queremos reflexionar sobre esta situación.
Aunque no se trate de un derecho como tal, la posibilidad de que las personas en situación de final de vida estén acompañadas por miembros de su entorno afectivo es un reflejo del respeto y valor que, como sociedad, tenemos de la propia vida y de la dignidad inherente a todas las personas, ¡simplemente por serlo!
Durante estas semanas estamos viendo cómo estas personas se ven privadas de este acompañamiento por parte de sus seres más allegados y deben pasar los últimos días de su vida solas en una habitación de un hospital o centro residencial. Es de justicia reconocer en este punto que, gracias a la excelente labor de los profesionales que están atendiéndolas en esos instantes, no se encuentran realmente solas. Son estos profesionales los que trasladan el cariño de las familias, los que cogen su mano y las tranquilizan, son transmisores de afecto. No obstante, ¿hemos pensado en lo que debe sentir una persona en sus últimos días de vida cuando las únicas personas que ve son caras desconocidas perfectamente equipadas con batas, guantes, mascarillas y gafas?
Como decíamos antes, estamos demostrando ser una sociedad madura, por lo tanto, no podemos permitirnos olvidar la importancia que tienen los cuidados cuando es imposible curar, especialmente en las personas en situación de vulnerabilidad o fragilidad como son las afectadas por el coronavirus. En Edad&Vida consideramos que es más necesario que nunca defender la humanización de los cuidados para que ninguna persona se sienta abandonada, especialmente aquellas que están sufriendo.
De esta forma, creemos que es el momento de reflexionar sobre estas restricciones. No se debe olvidar que el centro de todas las medidas y acciones que se tomen durante la gestión de la pandemia tienen que ser las personas afectadas y en riesgo. Esto implica ser capaces de armonizar las medidas más restrictivas para evitar la propagación del virus y las necesidades concretas de cuidados de las personas más vulnerables o frágiles. Los últimos días de una persona pueden ser los momentos en los que es más necesario que nunca sentir la cercanía de las personas que forman parte de nuestro entorno afectivo más próximo.
Así, se deberían replantear estas medidas restrictivas, tal y como se está haciendo en determinados hospitales y comunidades autónomas, para facilitar que las personas que fallecen estos días puedan ser acompañadas por sus seres queridos. No hablamos de eliminar las medidas protectoras, sino de adaptarlas para atender a las necesidades emocionales y espirituales que, sin duda, tienen tanto la persona como su entorno afectivo en esta situación. Es necesario, por un lado, tener presente que los cuidados al final de la vida implican algo más que el control de sus síntomas físicos y, por otro lado, defender el derecho que tiene una persona en esta situación a recibir el afecto, consuelo, compasión y atención espiritual.
No podemos permitir que la defensa de los valores más humanísticos de los cuidados dependa de iniciativas puntuales, aunque loables y dignas de admiración, restringidas a un determinado contexto o entorno geográfico. Tenemos que evitar la creación de nuevas desigualdades que únicamente se justifican por el lugar de residencia. Instamos a que el debate se dé a nivel estatal para que las medidas adoptadas se ejecuten en todo el territorio, sin importar el lugar de residencia o el nivel asistencial en el que la persona esté viviendo estos últimos días.
Somos muchos los que no hemos podido despedirnos de nuestros familiares. Son muchas las personas que han sufrido la doble condena de contagiarse por el coronavirus y haber tenido que finalizar sus vidas en soledad. No hay que buscar culpables ni liberar nuestra rabia e impotencia contra nadie. Es el momento de defender el derecho a que nadie se vea privado de un abrazo, una caricia, un consuelo en el momento de su muerte. Ni ahora, ni el futuro. Nunca más nadie muriendo solo.
Si la muerte es algo duro, morir solo es algo más. Estos días se está utilizando un lenguaje excesivamente bélico para hablar de la “guerra contra el coronavirus”. No es una guerra, es una prueba a nuestra humanidad, a nuestros valores como sociedad. El acompañamiento que damos a las personas que están falleciendo y a los miembros de su entorno afectivo más próximo es un gran indicador de ello.
Equipo técnico de Fundación Edad&Vida.
Totalmente de acuerdo. Gracias por poner en palabras lo que tantas personas estamos sintiendo.
Cuando nacemos, ya nos espera alguien… qué triste irnos en soledad… gracias por explicar por qué hay que cuidar el segundo momento más importante de nuestras vidas.
Totalmente de acuerdo con tus palabras. Nadie debería irse en soledad, somos humanos y el consuelo de la despedida a un ser querido no debería estar prohibido bajo ningún concepto.
Espero y deseo q tu texto llegue a quien o quienes tengan la responsabilidad de cambiar esto y no quede en un mero comentario.
Gracias
Este artículo pone de manifiesto la importancia de no olvidar las necesidades que tenemos como seres humanos : cuidar, acompañar, demostrar el afecto. Como personas sociales que somos precisamos las relaciones afectivas y mucho más cuando hay enfermedad o muerte.
Gracias por este escrito.
En nuestra familia hemos perdido a nuestros padres por covid con una semana de diferencia entre cada fallecimiento y estamos todos de acuerdo que el dolor y tristeza que sentimos está siendo mucho más difícil de gestionar debido a no poder haberlos acompañado desde que fueron derivados al hospital hasta los días de sus entierros incluídos. Una situación cruel, inhumana, injusta, dolorosa y extremadamente triste.
Como bien decis, los profesionales, hemos intentado acompañar y transmitir ese afecto que muchas familias no han podido dar en los últimos momentos. Momentos íntimos, gestos, caricias y palabras que no nos correspondían a nosotros dar sino a sus familias. Para los profesionales, y hablo desde mi puesto como Enfermera de Residencia, ha sido difícil de gestionar por la impotencia y la tristeza que nos ha generado.
Gracias
Tere
La verdad es un comentario muy humano verdadero,en toda su extensión,uno siempre quiere estar al lado de sus seres querido ,pero esta Pandemia nos ha hecho imposible cumplir con ese sentimiento tan profundo, como el de tomar la mano de su ser querido sl momento de su partida ….es bueno que reflexionemos y nos quedemos en casa, es una realudad cruel e injusta que se nos vino encima.Felicito a los profesionales de la salud ,que esta doble función los tiene muy mal psicológicamente…muy buen artículo!!!!