Parece una perogrullada, pero es así. Para envejecer bien y con una buena capacidad mental se necesita dinero. Está demostrado científicamente: las personas que disponen de recursos económicos elevados mantienen la reserva cognitiva (capacidad mental) durante más años. Lo ha comprobado nuestra científica MªVictoria Zunzunegui en un estudio llevado a cabo en Madrid[1]. Y un estudio posterior, recientemente publicado en Neurology lo ratifica indirectamente.
Cuando una persona se jubila, lo normal es que su renta disponible se reduzca. Y en el futuro próximo la cosa irá a peor, ya que seremos cada vez más los que cobremos pensiones y cada vez menos los que las generen. Pero por otro lado, cuando una persona se jubila, es cuando más necesidad tiene de gastar.
Según Zunzunegui, para vivir más años y con mejor capacidad mental y física, hay varios factores que lo hacen posible: una vida sana, una vida social activa y un desarrollo mental. Y todo eso, cuesta dinero.
Vida sana es comer y beber bien, lo cual es caro. También es hacer deporte, y significa matricularse en un gimnasio y/o adquirir equipamiento. Tomar las medicinas necesarias y los complementos alimenticios (antioxidantes, vitaminas…) también es una inversión elevada. Y no digamos curarse de enfermedades o accidentes y hasta disponer de cuidados, cuidadores y fisioterapeutas. O pagar una Residencia. No todo lo cubre el estado del bienestar… ni tampoco lo hace en el momento en que se necesita.
La vida social es imprescindible. Sentirse querido, acompañado, necesario. Poder conversar, compartir ilusiones o dificultades. Viajar, ir a cursos de baile, participar en congregaciones religiosas, políticas, asociaciones, ONG’s. Cuidar a un nieto, atender un huerto, salir de copas con amistades, ir al cine o al teatro.
El desarrollo mental es cultivar el espíritu, las aficiones, las ilusiones. Aprender un idioma, fotografía, artesanía, ampliar conocimientos en la universidad, visitar museos o exposiciones. Ir al cine, leer, debatir, trabajar.
Al jubilarnos dejamos de percibir nuestro salario principal, con lo que para conseguir todo lo enumerado y más, pues todos somos diferentes y conceptuamos nuestras necesidades de manera distinta, necesitamos un ingreso recurrente igual o superior al salario que percibíamos. Y ¿será eso posible con la pensión pública en la situación actual de mayor longevidad y menor natalidad? Claramente no, toquemos con los pies en el suelo.
Aunque las soluciones parecen fáciles, y lo son, no siempre son agradables, porque comportan una detracción. Uno tiene que cambiar de paradigma vital. La primera debe comenzar cuando eres joven: ahorrar. Sustraer una pequeña parte de tu posible disfrute diario del momento para aplicarlo el día que te jubiles. Ahorrar tiene muchas posibilidades, adaptables a la situación de cada uno. Puede ser invertir en un fondo de pensiones (hoy mejor de empresa por cuestiones fiscales), que nos impide tener la tentación de usarlo a no ser que aparezca una emergencia. Pero también en seguros de dependencia, que con una detracción menor nos da tranquilidad si, al envejecer, nos topamos con alguna situación que nos impida hacer vida normal. O una hipoteca, que nos ofrecerá la oportunidad futura de vender nuestro patrimonio, licuar con renta, o incluso llevar a cabo una hipoteca inversa para recibir una renta vitalicia. Sin entrar en más alternativas, que son variopintas, la única opción que no tiene solución es no ahorrar. Por eso, recomiendo seriamente hacerlo sin esperar, sea de joven o de mayor, porque para llegar a mayor con cierta felicidad, es imprescindible tener recursos.
[1] Ref:Béland F, Zunzunegui MV, Alvarado B, Otero A, Del Ser T. Trajectories of cognitive function and social ties. Journals of Gerontology: Series B. Psychological Sciences Social Sciences 2005; 60(6):P320-30.
Joaquim Borrás Ferré
Presidente de Fundación Edad&Vida